martes, 30 de mayo de 2023

Boceto, Bosquejo o lo que sea del ensayo

 La idea principal: nuestra vida es un constante paso de pantalla a pantalla. Siempre estamos ansiando que llegue el siguiente momento en que podamos sentarnos frente a la computadora a ver un video o una serie, lo mismo con la televisión. Cuando no hacemos estas cosas nos ponemos con el teléfono, incluso en clase. Cualquier momento en que nuestra cabeza se va por más que sea un momento por aburrimiento, cansancio o lo que fuera, sacamos el celular del bolsillo.

Se ha vuelto un hábito. 

escribiendo esto frente a una pantalla.

Nos negamos nuestra completa atención al otro. La Ted Talker habla sobre cómo incluso en funerales abrimos el teléfono y miramos mensajes (lo estudió). Sacrificamos la conversación por conexión.


Relato/Racconto de las veces que uso pantallas a lo largo de mi día.


Disfrutar el miedo, si es a través de una pantalla


El mayor problema que supone para la persona es que la gran satisfacción que le genera dicha actividad hace que se pierda el control sobre ella y sea imposible abandonarla.


  • Tener la necesidad de estar constantemente conectado a dichas tecnologías 

  • Disminución y/o interferencia en la capacidad de concentración 

  • Desarrollar nerviosismo cuando no se puede acceder a ellas 

  • Aislarse por su utilización

  • Reducir las horas de sueño por hacer uso de ellas

  • Dejar de hacer ciertas actividades por priorizar su uso


Homo selfie

Homo selfie se titula un libro del psicólogo Martín Smud: en este tiempo, "cada uno lleva pegado a sus manos un celular con el que vive, duerme, sueña y respira", al punto de que ya no es un objeto, sino que "somos sus objetos". "Los celulares comenzaron su auge hace 25 años. Después se fueron agregando cada vez más cosas, aplicaciones en tiempo real que deben tener más o menos diez años. Esto cambió la relación del ser humano con la tecnología en términos cualitativos y cuantitativos", contextualiza Smud. "El celular se mete mucho en la identidad. Uno tiene la identidad del DNI, la de género y la virtual, que depende de poder ir armando la vida en relación a las mega corporaciones que manejan todo: las redes. Y hoy se habla de un nuevo tipo de realidad, además de la virtual. La inmersiva." 


"Según un pequeño estudio estudiantes universitarios argentinos están alrededor de seis a ocho horas por día mirando la pantalla. Y muchos te dicen que no pueden dejar de hacerlo. La adicción ya no es a un objeto, como podría ser una droga, sino a un determinado vínculo. Hay una especie de compulsión a esperar que pase algo en el celular, sin posibilidad de levantar la mirada por mucho tiempo sin volverla a él. Es típico de este tiempo, del panóptico digital del que habla Byung-Chul Han. La adicción trae consecuencias múltiples. Una muy clara en la educación es la falta de concentración. Y se ve una dependencia a la sociedad punteocrática, del like", resume. 

Adicción a un vínculo, no a un objeto.

Adicción a los videojuegos declarada por la OMS, enfermedad mental prevenible y tratable.



Links, autores y demás: 

Ted Talk: Alone Together

lunes, 29 de mayo de 2023

Más sabe el diablo por preguntarle a sus nietos que por diablo.

 “Más sabe el diablo por viejo que por diablo”. Mi abuelo solía decir mucho este refrán cuando, iluminado por la voluntad de un saber ancestral, decidía compartir una parte de ese conocimiento que posaba en mi cabeza cual halo angelical.

A mí, de pequeño, me parecía que cualquier cuestionamiento a estos saberes antiguos sería erróneo. Me lo decía mi abuelo, una persona que quise y quiero mucho y no tenía razón alguna para mentirme. Ya en la secundaria comencé a cuestionar un poco todo esto. 

La primera vez que surgió esta posibilidad de cuestionamiento fue cuando, con catorce años, mi abuelo hizo una conjetura sobre cómo vive la gente en china. Sus comentarios eran claramente negativos, él había leído algo sobre cómo los tienen completamente controlados y que si arrojan basura en la calle pueden ir presos porque les sacan puntos.

Yo, sabiendo que no es completamente cierto, le expliqué cómo funciona el sistema de créditos sociales y aclaré que es la alternativa que encontraron para catalogar a la gente sin tener que basarse en los bienes materiales. Si todos tienen salarios similares y se supone que no hay nadie rico, se diferencia a la gente por su comportamiento en la sociedad. Él me entendió sin rechistar.

Para ampliar este caso, siempre que voy a visitar a mis abuelos recibo la rutinaria petición de “fijate si tengo algún mensaje nene”. Por más que lo intente y les explique no parece haber forma de que entiendan el proceder para mirar whatsapp. Enviar mensajes ya es algo que escapa a su realidad. 

El otro ejemplo que se me ocurrió fue que hace poco, en EE.UU. le hicieron juicio a TikTok por tacharlo de ser parte de una red de espionaje china que podría estar filtrando información. 

Las preguntas venían de todos lados y cada una parecía más descabellada que la otra. Los senadores, casi todos pertenecientes a la tercera edad, llegaron a cuestionar si “¿TikTok accede a la red WiFi del hogar?” o si la aplicación accede a la cámara del teléfono para ver si se le dilata la pupila a los usuarios con el fin de saber si les gusta el contenido que se les está mostrando.

Ahora bien, por más que sea cierto que nuestros abuelos o personas de la tercera edad poseen muchos saberes que las generaciones jóvenes no, me parece que en ciertas cuestiones más actuales es necesario que los jóvenes sean los voceros de “la verdad”. 

En el caso de mi abuelo pude explicarle cómo es el funcionamiento de este sistema de puntos pero en el otro caso, ¿nadie en todo el equipo de estos senadores pudo avisarles lo equivocadas que estaban esas preguntas?

Creo que en verdad, el refrán debería ser “más sabe el diablo por preguntarle a sus nietos que por diablo”.


martes, 23 de mayo de 2023

Crónica extrapolable a cualquier evento masivo de asistencia popular



14:07, jueves 11/5

Me bajé del colectivo en La Rural, me percaté de que en el mismo había una proporción extraña de gente uniformada de forma similar. Supuse que estaban yendo al mismo lugar que yo.

Me senté para esperar a mi acompañante porque se había retrasado pero no podía enojarme pues ella traía el almuerzo. La fila era una hidra: por cada persona que entraba dos más se ponían al final de la misma. Estas oleadas de gente se iban dando casi al unísono con los verdes y rojos de los semáforos, pero era constante porque cuando uno se ponía en rojo el otro se ponía en verde y caía una vez más el aluvión de individuos.

A pesar de ser tantos y estar haciendo la misma fila para el mismo evento, todos eran completamente distintos. Hasta los chicos de las primarias y secundarias que iban vestidos de forma casi idéntica se diferenciaban del resto. Gente alta, niños, ancianos, gente en silla de ruedas o con muletas. De todos los colores y formas habidos y por haber.

Todo eso hizo que me pusiera a pensar: ¿Qué es lo que llama a todas estas personas a venir a la Feria del Libro?

Si todos estos seres fuéramos lectores hechos y derechos, Argentina debería ser el país más culto y letrado del mundo (o al menos eso creo). Entonces, ¿qué? ¿Qué es lo que los trae?

Yo leo a diario pero no tanto como me gustaría. Siempre tengo un libro dando vueltas en la mochila o en algún cajón, siempre a mano, como para darle sus 20/30 minutos, aunque sea 15. Sin embargo, no me considero un lector hecho y derecho, no tengo compromiso y son más los libros que tengo por leer que los que he leído (una antibiblioteca diría Umberto Eco). Mi acompañante sin embargo, sí es una lectora hecha y derecha, lee a diario, devora libros y me saca cuatro bibliotecas y dos anti bibliotecas.




14:53, jueves 11/5

Llegó. Entramos con un cupón que vencía ese mismo día, le dí los que me sobraban a una señora que estaba haciendo la fila para comprarlos. Muchas gracias jovencito.

Esa fila era bastante distinta a la de acceso. Aunque muchos fueran desde esa fila a la otra, las caras y las actitudes eran diferentes. No había ansia ni ilusiones por entrar en los rostros de los que allí se encontraban. Parecen nerviosos incluso, mirá si no les dan la entrada. Al final se las dan y ya más relajados van a hacer la fila de ingreso.

Las señoras entran emocionadas; Marta, que un día normal no sale ni a que le pegue el viento, junto con su amiga Susana de la secundaria, promoción 1973, se abre paso a los empujones para reptar de stand a stand.

Entrás, el techo se hace alto y podés ver la luz al final del túnel. La zona de las provincias, la primera a la que entra la gente por la entrada principal, es un espacio de transición. Se siente como un aeropuerto, lleno de gente, de ruidos, pero a menos que vayas trabajar en el aeropuerto o a acompañar a alguien, te queres ir lo más rápido que puedas. Lo importante está después de aterrizar.

Para seguir con esta metáfora tenes la manga, el pasillo al aire libre de la feria que te lleva al edificio principal donde están todas las editoriales grandes, pero al mejor estilo del free shop, antes, tenes que pasar por los puestitos de comida. 1200 pesos un pancho, parece mucho pero un pote de crema en el chino de mi barrio cuesta mil con cincuenta; ya no sé.

Finalmente, llegamos a destino. Encontramos de casualidad un mapa que vino muy útil para encontrar los stands que queríamos ver y para ubicarnos y nos lanzamos al pabellón verde.

Descuentos voraces, libros de todos los colores y tamaños, casi tan diversos como la gente que estaba en la fila. De ideología, de fantasía (alta y baja), de filosofía, cuentos, Borges, comics, manga, policiales, poemas, Marx, ilustrados, históricos, Sabato, biografías y autobiografías, “Sexo Nazi” se llamaba uno. Era verdaderamente un mundo de libros donde ni en veinte vidas podría llegar alguien a leerlos todos.

Dimos vueltas y vueltas parando en cada stand porque mi acompañante, fanática de tal autor, de tal editorial o de tal saga quería verlo todo. Y está perfecto, si hubiera querido dar las vueltas a mi ritmo hubiera ido solo. Acompañado, pude ver en primera plana sus reacciones de asombro al ver un libro que andaba buscando hace mucho y la transformación de las facetas de su rostro luego de consultar el precio. Con algunos era de asco, en otros parecía complacida.

Paramos la corrida de toros para sentarnos a tomar un café en las gradas. Paradójicamente, allí es donde se ponen los estancieros a comprar toros “pa la chacra”. Eso me hizo pensar en lo raro que es que en ese mismo lugar, unos años antes, se hubiera llevado a cabo la mítica batalla campal entre Guachos y Veganos, como la bautizaron en la televisión. Buenos recuerdos.

Terminado el café y finalizadas las tres o cuatro vueltas por cada pabellón y cada stand (salvo en el provincial, nadie va ahí), nos decidimos a ir en busca de esas joyitas que habíamos visto. La feria cabía en la palma de mi mano, cada giro, cada calle memorizada, la ubicación de los baños. Estaba tan ubicado, a diferencia de mi acompañante que será lectora pero no de mapas, que podría haber señalado en dirección del puesto de panchos desproporcionadamente caros y errarle por menos de 2 grados.

Hicimos las compras, nos fuimos a sentar bastante exhaustos debajo de un árbol para recuperar fuerzas y nos retiramos en dirección al metrobús, lugar donde nuestros caminos se bifurcaron de nuevo. Hasta siempre compañera lectora hecha y derecha.




20:45, jueves 11/5

En el colectivo de vuelta me senté en el peor asiento posible, me dolía la espalda, los ojos se me cerraban solos y me dolía la cabeza. Tanta gente, tantos libros, tantas luces. A pesar de eso hice un esfuerzo sobrehumano para leer el primer capítulo de un libro que me compré. Mala idea. Empeoró el dolor de cabeza y ahora se le habían sumado fuertes náuseas.

El colectivo giró en la calle de mi casa, faltaba nada para llegar cuando, y sin poder aguantarlo más… No, no pasó nada. Me bajé con la cabeza que me iba dando vueltas, entré a mi casa y me dormí media hora en el sillón para recuperarme. Cena y ducha caliente de por medio, me retiré a mis aposentos para darle un final apropiado a tan cansador día.




Notas, Nouvelles, Novelas.

Libros, Sagas, adaptación berreta de Netflix.

Pochoclos: ¿salados o dulces?, abro hilo.




Decir para cerrar que la Feria del Libro es un festival como cualquier otro donde la gente viene a consumir sería no decir nada nuevo. Los que organizan la feria, los de los puestos de comida, los de los stands de libros, los que asistimos, todos lo sabemos y a nadie le molesta. La entrada sale 800 pesos y con ella te dan un vale de 1200 para que consumas dentro de la misma.

Mucha gente debe sentirse más culta yendo a comprar libros en vez de gastar en salidas o en ropa, y no me distingo, me compré mis libros y volví bastante contento (los puse en la biblioteca y no los toqué más).

Seguro hay otros que van a porque son lectores hechos y derechos y quieren buscar ese libro que le falta a su biblioteca, a su colección que tanto quieren. Esa edición con un lomo alucinante o con una tapa que llame la atención a cualquiera que lo mire.

Como no soy sociólogo, ni hice un censo, ni una encuesta y todo lo que puedo hacer son conjeturas, me gustaría concluir que todas las personas que asistieron a la feria, lo hicieron porque simple y llanamente, como yo, tenían la consigna de escribir una crónica para taller de expresión.

Adiós. ¡Mucho gusto!

martes, 16 de mayo de 2023

Ya no bailamos como antaño.

Los dos estábamos muy emocionados, ya teníamos dos años de novios y mudarnos solos era el siguiente paso que habíamos estado esperando con ansias. Llevábamos unos meses de casados. Con el dinero que habíamos ahorrado y una ayuda de sus padres conseguimos un chalet en las afueras de Nottington Hill. Era un barrio pintoresco, lleno de casas similares a la nuestra pero con distinto color. El sueño americano le decían, y así se sentía. 

Ya teníamos la propiedad, ya teníamos la casa, ahora solo faltaba amueblarla a nuestro gusto. Le preguntamos a los vecinos si tenían cosas que no usaban y que nos pudieran dar o vender. A raíz de esto, nos enteramos de que el sábado en el barrio se iba a realizar una venta de garage.

Los días previos nos los pasamos bailando los clásicos en el living, en el portal de la casa e incluso en el jardín. Estábamos muy felices y bailamos porque queríamos.

Llegó el sábado y recorrimos las casas cercanas hasta toparnos con la cama que más tarde estaría en nuestra propia habitación. Junto con ella había dos mesitas de luz muy simpáticas. Esa noche estrenamos el colchón; los resortes nos acurrucaban como si de una cuna se tratara y decidimos dejarnos llevar, después de todo, éramos jóvenes y teníamos mucha energía. 

Así pasaron los años y esa juventud enérgica fue dando lugar a una vejez rencorosa y con ella llegaron las discusiones. Esa cama que antaño era nuestro lecho nupcial ahora se ha convertido en el lecho donde yace nuestro matrimonio esperando su final. Los resortes ya estaban duros, las mesitas de luz quedaron anticuadas y a la hora de acostarse se ve perfecto la mancha de húmedad en el techo.

Todo eran discusiones y peleas. Nunca hubo agresiones físicas pero los insultos a veces hieren más que los golpes. La gota que colmó el vaso fue hace unas semanas. Fue por una estupidez como siempre pero esta vez fue definitivo.

Ella decidió irse y yo, como ya venía siendo costumbre, me quedé sentado en el sillón tomando whisky. No tenía ganas de levantarme ni lo hubiera hecho pero, después de tres días, mi hambre pudo más que yo. Corrí a la tienda de conveniencia cercana y me compré unos bocadillos para aguantar un par de días más y unos buenos licores para no tener que pensar.

Ya hace un mes que ella se fue y quiero quemar la casa. No lo soporto. Todo me recuerda a ella: la maldita cama, las mesitas de luz, todo. Recuerdo todos los lugares de la casa donde discutimos sin cesar, donde más felices y tristes fuimos y donde nos desnudabamos para hacer el amor.

Voy a tirarlo todo.

No, mejor aún. Voy a venderlo todo, así el ciclo estará completo. Luego me iré de este condenado pueblo y veré que hago con mi vida o si decido terminarla ahí mismo.


martes, 2 de mayo de 2023

Crónica de un BAFICI anunciado.

 El día primero de mayo del año 2023 me levanté temprano porque, aunque fuera feriado, tengo un examen el jueves siguiente. Terminé de hacer mi resumen, almorcé, me puse presentable y me dirigí al encuentro con mis amigos y compañeros de curso Francisco y Marco.

La idea era ir a la sede del BAFICI ubicada en el anfiteatro “Eva Perón” del Parque Centenario. Me tomé el subte, combiné con la línea B y me bajé en Angel Gallardo para luego caminar unas cuantas cuadras hasta el Parque. 

Estaba pendiente del celular para ver si alguien había llegado pero como no habían dicho nada fui hasta la puerta del anfiteatro, avisé por el grupo y me limité a esperar. Había gente entrando y saliendo del anfiteatro por lo que pensé que todo estaba en orden, entonces decidí esperar mientras ojeaba los libros que están a la venta en la feria cercana.

Logró llamarme la atención un libro sobre la historia de las culturas indígenas africanas subsaharianas y “La Historia de la Sexualidad” de Michel Foucault. Sin embargo, como no tenía dinero encima me limité a leer sus contratapas.

Mientras lo hacía mi celular vibró y Francisco avisó que estaba llegando desde dentro del parque. Miré en esa dirección, levanté el brazo al verlo para que se percatara de mi presencia y fui a su encuentro. Charlamos un poco de como nos estábamos preparando para el parcial y al poco tiempo llegó Marco, desde la dirección opuesta.

Les comenté a ambos, luego de saludarnos, que no parecía que hubiera mucho movimiento cultural pero aún así decidimos entrar a preguntar. Mientras nos dirigíamos a la puerta, una señora que trabajaba en el lugar estaba entrando, le hice un gesto para que me dejara la puerta abierta pero la cerró y nos dijo que no podíamos entrar porque no éramos empleados. A pesar de como suena, fue gentil.

Le dijimos que queríamos obtener información del BAFICI, nos hizo un ademán y fue a preguntarle a un señor que se encontraba a lo lejos. Luego de que ellos hablaran se acercó y el señor nos comentó que no sería posible ver ninguna función ya que el BAFICI había terminado el día anterior. Frente a esta desconcertante información y viendo que no podíamos disfrutar del evento o siquiera de la puesta en escena, nos despedimos del señor amablemente y nos fuimos a dar unas vueltas por el Parque.

Al ser feriado, estaba lleno de gente: hablamos sobre los efectos del café en nuestra vida diaria, sobre lo pedante que son los fundamentalistas del café, sobre Pulp Fiction y SuperBad, sobre la incógnita de si los panchos son o no son sandwiches que terminó derivando en la sanguchés de las empanadas, sobre cómo Marco y yo tenemos a muchos conocidos en común y sobre las mecánicas de “handicap” del FIFA.

Ya eran las cinco de la tarde. Luego de haber estado dando vueltas por dos horas, me acompañaron a la parada del colectivo porque tenía que ir a jugar un partido de fútbol. Me despedí de los chicos con un afectuoso apretón de manos y me subí al colectivo en dirección a la cancha.

Si bien no logramos acceder al BAFICI ni ver ninguna película, lo que me llevo es haber podido compartir ese tiempo con ellos y poder relajarme del estudio aunque sea un rato.


Apocalipsis Now (sueño en policial)

 Habían pasado ya cinco años desde el colapso de la sociedad por ese virus que transforma a los infectados en grotescos monstruos. La ficción se había vuelto realidad cuando el 26 de abril de 2023 se hizo público el primer caso del Virus Cisne.

Sin embargo, esto ya no importa. La sociedad, o lo que quedó de ella, logró adaptarse amurallando secciones de las ciudades o pueblos para evitar que estos monstruos las atacaran. Si bien los caminos entre las fortalezas seguían teniendo Cisnes, no era imposible viajar entre ellas. 

De hecho, a eso es a lo que me dedico. Soy un sellador. Viajo de fortaleza en fortaleza buscando formas en las que entrar a las mismas para luego cobrar por el arreglo. Algunos podrían llamarme embaucador o embustero pero simplemente brindo un servicio necesario a cambio de hospedaje, dinero o una cena caliente.

Mi oficio me ha dotado de lo que podríamos llamar, una visión privilegiada. Digamos que es algo así como una intuición aguda. Al mirar las murallas no me toma mucho tiempo determinar dónde se encuentran sus puntos débiles. Me acerco a ellos a analizarlos y siempre encuentro fallas. Cuando no las encuentro, las creo. Si yo pude abrirme paso, un Cisne lo haría sin problemas. 

Me encontraba viajando en dirección a La Plata, una de las fortalezas más grandes de lo que quedó de la Argentina. Por su distribución en forma de diamante los sobrevivientes pudieron ir amurallando sector por sector sin demasiadas preocupaciones. Al ser tan grande, no solo pagarán bien por mis servicios sino que es más probable que haya fallas en sus defensas. 

A pocos metros del primer control, el cual se hallaba vacío, me encontré un perro negro que portaba una placa. “Rocco” decía. Rocco estaba herido y desorientado. Tenía una laceración ya casi coagulada en la pata y comenzó a aullar al verme. Movía la cola. Por un momento pensé en acabar con el animal para comer pero algo me detuvo. Me acerqué y examiné la sangre. Tenía vidrios, los cuales retiré. Atendí su herida con un vendaje improvisado y con una rama logré inmovilizar su pata. 

Exaltado por la ausencia de dolor, aún rengueando, Rocco partió en dirección a la fortaleza que se divisaba por el horizonte. Decidí seguirlo.

Rocco me guió alrededor de la muralla donde pude detectar 5 puntos con fisuras lo suficientemente grandes como para que un Cisne enano se colara por ellas pero no para mí. La sexta fue la vencida. Era un agujero de dos metros de diámetro por el que cabría hasta el Cisne más grande. Me había ganado la lotería. 

Al colarme por allí y luego de caminar unos cientos de metros, llegué al patio de una casa. Rocco ladró y por instinto me alejé de él para no atraer visitas inesperadas. Pasados unos minutos y viendo que no había respuesta a los constantes ladridos del can, me adentré en el jardín para culminar en el porche de la casa. Al mirar por una ventana me permití relajarme. La misma parecía deshabitada. 

Revisé habitación por habitación sin encontrar nada, ya había sido saqueada hace mucho. Lo único que logró llamarme la atención fueron unos vidrios en el suelo , provenientes del espejo roto que había en la pared. Lo que llamaba la atención no era que estuviera roto el espejo, después de todo estamos en el apocalipsis, sino que algunos cristales tenían manchas rojas. Sangre.

El problema llegó  al bajar al sótano. Rocco seguía ladrando. A sabiendas de que los Cisnes detestan el ruido, allí abajo sólo podía haber o un humano o un cadáver. Mi intuición me decía que era la segunda. Mi intuición y el olor hediondo que emanaba desde allí. 

Dejé que el perro bajara primero; por más que confíe en mi intuición no soy idiota. Los ladridos se transformaron en gemidos agudos y repetitivos. Lloraba. Bajé para ver qué sucedía y lo encontré agazapado al lado del cadáver de un señor mayor. No había muerto hace mucho pero la sangre ya estaba seca. Alguien lo había movido pues su posición no era natural para alguien que recibe una puñalada en el pecho. Fue un tajo limpio, realizado por un cuchillo afilado. Después de ver lo que he visto podrían darse cuenta al instante.

En su bolsillo tenía un reloj antiguo que ya no funcionaba con la foto de una mujer en su interior.

Me fui de la casa con el espejo, Rocco decidió quedarse. Al acercarme al centro del pueblo pregunté, de la forma más disimulada posible y siempre y cuando no hubiera peligro en hacerlo, a los vecinos si conocían al viejo de la casa. Todos me dijeron que no. Que no había casa o que nadie vivía allí.

Exhausto, me dirigí al bar más cercano. Lo que sí me habían dicho era que las mejores empanadas cortadas a cuchillo las hacía el chef de ese lugar. Era pequeño pero el ambiente era amigable. Me pedí un trago hecho a base de miel y un par de esas empanadas. Eran verdaderamente muy buenas.

Sin embargo, todo era una fachada. Mi hambre era lo único que verdaderamente estaba mostrándole al público del bar. En el fondo estaba realizando un exhaustivo paneo del lugar para buscar alguna pista o indicio. Y lo había encontrado.

El chico que limpiaba los vasos tenía la mano vendada. Le pregunté qué le había sucedido y dudó sobre la respuesta a mi pregunta. Me dijo que un vaso se rompió mientras lo limpiaba y que eso fue lo que lo lastimó. 

Para ver si mi corazonada era correcta decidí preguntarle si conocía a algún relojero pues mi reloj, el reloj del viejo, se había roto. El aire se espesó, la atmósfera alegre y acogedora del bar se había transformado en una más lúgubre. Una gota de sudor recorrió la frente del chico. Cuando cayó sobre la mesa, se echó a correr hacia la cocina. Yo salté la barra y fui tras él.

La puerta de atrás estaba cerrada y el chico, acorralado como se encontraba, tomó el cuchillo del cocinero. La herramienta que había cortado la carne de mis empanadas se transformaba de nuevo en arma homicida. 

  • ¡Cuidado! No se me acerque.

Me quedé inmovil esperando el momento exacto en que metiera la pata y cuando lo hizo, logré esquivar su puñalada, quitándole el cuchillo y poniéndome detrás de él. Ahora era mi rehén. 

Al día siguiente el chico, sobrino del anciano muerto, fue condenado a elegir entre el exilio o a trabajar por el resto de su vida en la reparación de la gigantesca muralla. No me importa ni el motivo ni lo que haya decidido. 

Las autoridades me pagaron correctamente por mis servicios y pasé a examinar desde fuera el siguiente sector de la muralla. Ya no estaba solo, tenía a Rocco para hacerme compañía.


"Gracias por el intento de un mundo mejor"

  En esta foto podemos ver a dos sujetos: el de la izquierda es visiblemente más viejo que el de la derecha, que a su vez se encuentra soste...