martes, 23 de mayo de 2023

Crónica extrapolable a cualquier evento masivo de asistencia popular



14:07, jueves 11/5

Me bajé del colectivo en La Rural, me percaté de que en el mismo había una proporción extraña de gente uniformada de forma similar. Supuse que estaban yendo al mismo lugar que yo.

Me senté para esperar a mi acompañante porque se había retrasado pero no podía enojarme pues ella traía el almuerzo. La fila era una hidra: por cada persona que entraba dos más se ponían al final de la misma. Estas oleadas de gente se iban dando casi al unísono con los verdes y rojos de los semáforos, pero era constante porque cuando uno se ponía en rojo el otro se ponía en verde y caía una vez más el aluvión de individuos.

A pesar de ser tantos y estar haciendo la misma fila para el mismo evento, todos eran completamente distintos. Hasta los chicos de las primarias y secundarias que iban vestidos de forma casi idéntica se diferenciaban del resto. Gente alta, niños, ancianos, gente en silla de ruedas o con muletas. De todos los colores y formas habidos y por haber.

Todo eso hizo que me pusiera a pensar: ¿Qué es lo que llama a todas estas personas a venir a la Feria del Libro?

Si todos estos seres fuéramos lectores hechos y derechos, Argentina debería ser el país más culto y letrado del mundo (o al menos eso creo). Entonces, ¿qué? ¿Qué es lo que los trae?

Yo leo a diario pero no tanto como me gustaría. Siempre tengo un libro dando vueltas en la mochila o en algún cajón, siempre a mano, como para darle sus 20/30 minutos, aunque sea 15. Sin embargo, no me considero un lector hecho y derecho, no tengo compromiso y son más los libros que tengo por leer que los que he leído (una antibiblioteca diría Umberto Eco). Mi acompañante sin embargo, sí es una lectora hecha y derecha, lee a diario, devora libros y me saca cuatro bibliotecas y dos anti bibliotecas.




14:53, jueves 11/5

Llegó. Entramos con un cupón que vencía ese mismo día, le dí los que me sobraban a una señora que estaba haciendo la fila para comprarlos. Muchas gracias jovencito.

Esa fila era bastante distinta a la de acceso. Aunque muchos fueran desde esa fila a la otra, las caras y las actitudes eran diferentes. No había ansia ni ilusiones por entrar en los rostros de los que allí se encontraban. Parecen nerviosos incluso, mirá si no les dan la entrada. Al final se las dan y ya más relajados van a hacer la fila de ingreso.

Las señoras entran emocionadas; Marta, que un día normal no sale ni a que le pegue el viento, junto con su amiga Susana de la secundaria, promoción 1973, se abre paso a los empujones para reptar de stand a stand.

Entrás, el techo se hace alto y podés ver la luz al final del túnel. La zona de las provincias, la primera a la que entra la gente por la entrada principal, es un espacio de transición. Se siente como un aeropuerto, lleno de gente, de ruidos, pero a menos que vayas trabajar en el aeropuerto o a acompañar a alguien, te queres ir lo más rápido que puedas. Lo importante está después de aterrizar.

Para seguir con esta metáfora tenes la manga, el pasillo al aire libre de la feria que te lleva al edificio principal donde están todas las editoriales grandes, pero al mejor estilo del free shop, antes, tenes que pasar por los puestitos de comida. 1200 pesos un pancho, parece mucho pero un pote de crema en el chino de mi barrio cuesta mil con cincuenta; ya no sé.

Finalmente, llegamos a destino. Encontramos de casualidad un mapa que vino muy útil para encontrar los stands que queríamos ver y para ubicarnos y nos lanzamos al pabellón verde.

Descuentos voraces, libros de todos los colores y tamaños, casi tan diversos como la gente que estaba en la fila. De ideología, de fantasía (alta y baja), de filosofía, cuentos, Borges, comics, manga, policiales, poemas, Marx, ilustrados, históricos, Sabato, biografías y autobiografías, “Sexo Nazi” se llamaba uno. Era verdaderamente un mundo de libros donde ni en veinte vidas podría llegar alguien a leerlos todos.

Dimos vueltas y vueltas parando en cada stand porque mi acompañante, fanática de tal autor, de tal editorial o de tal saga quería verlo todo. Y está perfecto, si hubiera querido dar las vueltas a mi ritmo hubiera ido solo. Acompañado, pude ver en primera plana sus reacciones de asombro al ver un libro que andaba buscando hace mucho y la transformación de las facetas de su rostro luego de consultar el precio. Con algunos era de asco, en otros parecía complacida.

Paramos la corrida de toros para sentarnos a tomar un café en las gradas. Paradójicamente, allí es donde se ponen los estancieros a comprar toros “pa la chacra”. Eso me hizo pensar en lo raro que es que en ese mismo lugar, unos años antes, se hubiera llevado a cabo la mítica batalla campal entre Guachos y Veganos, como la bautizaron en la televisión. Buenos recuerdos.

Terminado el café y finalizadas las tres o cuatro vueltas por cada pabellón y cada stand (salvo en el provincial, nadie va ahí), nos decidimos a ir en busca de esas joyitas que habíamos visto. La feria cabía en la palma de mi mano, cada giro, cada calle memorizada, la ubicación de los baños. Estaba tan ubicado, a diferencia de mi acompañante que será lectora pero no de mapas, que podría haber señalado en dirección del puesto de panchos desproporcionadamente caros y errarle por menos de 2 grados.

Hicimos las compras, nos fuimos a sentar bastante exhaustos debajo de un árbol para recuperar fuerzas y nos retiramos en dirección al metrobús, lugar donde nuestros caminos se bifurcaron de nuevo. Hasta siempre compañera lectora hecha y derecha.




20:45, jueves 11/5

En el colectivo de vuelta me senté en el peor asiento posible, me dolía la espalda, los ojos se me cerraban solos y me dolía la cabeza. Tanta gente, tantos libros, tantas luces. A pesar de eso hice un esfuerzo sobrehumano para leer el primer capítulo de un libro que me compré. Mala idea. Empeoró el dolor de cabeza y ahora se le habían sumado fuertes náuseas.

El colectivo giró en la calle de mi casa, faltaba nada para llegar cuando, y sin poder aguantarlo más… No, no pasó nada. Me bajé con la cabeza que me iba dando vueltas, entré a mi casa y me dormí media hora en el sillón para recuperarme. Cena y ducha caliente de por medio, me retiré a mis aposentos para darle un final apropiado a tan cansador día.




Notas, Nouvelles, Novelas.

Libros, Sagas, adaptación berreta de Netflix.

Pochoclos: ¿salados o dulces?, abro hilo.




Decir para cerrar que la Feria del Libro es un festival como cualquier otro donde la gente viene a consumir sería no decir nada nuevo. Los que organizan la feria, los de los puestos de comida, los de los stands de libros, los que asistimos, todos lo sabemos y a nadie le molesta. La entrada sale 800 pesos y con ella te dan un vale de 1200 para que consumas dentro de la misma.

Mucha gente debe sentirse más culta yendo a comprar libros en vez de gastar en salidas o en ropa, y no me distingo, me compré mis libros y volví bastante contento (los puse en la biblioteca y no los toqué más).

Seguro hay otros que van a porque son lectores hechos y derechos y quieren buscar ese libro que le falta a su biblioteca, a su colección que tanto quieren. Esa edición con un lomo alucinante o con una tapa que llame la atención a cualquiera que lo mire.

Como no soy sociólogo, ni hice un censo, ni una encuesta y todo lo que puedo hacer son conjeturas, me gustaría concluir que todas las personas que asistieron a la feria, lo hicieron porque simple y llanamente, como yo, tenían la consigna de escribir una crónica para taller de expresión.

Adiós. ¡Mucho gusto!

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