martes, 16 de mayo de 2023

Ya no bailamos como antaño.

Los dos estábamos muy emocionados, ya teníamos dos años de novios y mudarnos solos era el siguiente paso que habíamos estado esperando con ansias. Llevábamos unos meses de casados. Con el dinero que habíamos ahorrado y una ayuda de sus padres conseguimos un chalet en las afueras de Nottington Hill. Era un barrio pintoresco, lleno de casas similares a la nuestra pero con distinto color. El sueño americano le decían, y así se sentía. 

Ya teníamos la propiedad, ya teníamos la casa, ahora solo faltaba amueblarla a nuestro gusto. Le preguntamos a los vecinos si tenían cosas que no usaban y que nos pudieran dar o vender. A raíz de esto, nos enteramos de que el sábado en el barrio se iba a realizar una venta de garage.

Los días previos nos los pasamos bailando los clásicos en el living, en el portal de la casa e incluso en el jardín. Estábamos muy felices y bailamos porque queríamos.

Llegó el sábado y recorrimos las casas cercanas hasta toparnos con la cama que más tarde estaría en nuestra propia habitación. Junto con ella había dos mesitas de luz muy simpáticas. Esa noche estrenamos el colchón; los resortes nos acurrucaban como si de una cuna se tratara y decidimos dejarnos llevar, después de todo, éramos jóvenes y teníamos mucha energía. 

Así pasaron los años y esa juventud enérgica fue dando lugar a una vejez rencorosa y con ella llegaron las discusiones. Esa cama que antaño era nuestro lecho nupcial ahora se ha convertido en el lecho donde yace nuestro matrimonio esperando su final. Los resortes ya estaban duros, las mesitas de luz quedaron anticuadas y a la hora de acostarse se ve perfecto la mancha de húmedad en el techo.

Todo eran discusiones y peleas. Nunca hubo agresiones físicas pero los insultos a veces hieren más que los golpes. La gota que colmó el vaso fue hace unas semanas. Fue por una estupidez como siempre pero esta vez fue definitivo.

Ella decidió irse y yo, como ya venía siendo costumbre, me quedé sentado en el sillón tomando whisky. No tenía ganas de levantarme ni lo hubiera hecho pero, después de tres días, mi hambre pudo más que yo. Corrí a la tienda de conveniencia cercana y me compré unos bocadillos para aguantar un par de días más y unos buenos licores para no tener que pensar.

Ya hace un mes que ella se fue y quiero quemar la casa. No lo soporto. Todo me recuerda a ella: la maldita cama, las mesitas de luz, todo. Recuerdo todos los lugares de la casa donde discutimos sin cesar, donde más felices y tristes fuimos y donde nos desnudabamos para hacer el amor.

Voy a tirarlo todo.

No, mejor aún. Voy a venderlo todo, así el ciclo estará completo. Luego me iré de este condenado pueblo y veré que hago con mi vida o si decido terminarla ahí mismo.


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