martes, 26 de septiembre de 2023

"Gracias por el intento de un mundo mejor"

 

En esta foto podemos ver a dos sujetos: el de la izquierda es visiblemente más viejo que el de la derecha, que a su vez se encuentra sosteniendo un cuadro con una foto del rostro de Lenin. Ambos sujetos se encuentran con la mano derecha levantada y el puño cerrado en señal de fuerza.

El sujeto de la izquierda lleva lentes puestos, su pelo se encuentra retraído mostrando una frente que da a una cabeza poco poblada, sus orejas son grandes, sus cachetes se encuentran caídos y la mano que está apuntando hacia el suelo tiene las venas muy marcadas, como a punto de explotar. Se encuentra vistiendo una camisa que parece que le queda grande, con las mangas arremangadas y lo que parece ser un short de color crema.

El sujeto de la derecha es claramente más joven. Su cabello es similar en forma y peinado pero no tanto en color puesto que este es negro. Está vestido con una remera a rayas, un cinturon y un pantalón negro. Su cara, a pesar de tener arrugas, no muestra la misma vejez que la de su compañero de foto.

La principal diferencia es que este sujeto tiene en su posesión una foto de Lenin. Y no es solo una foto, es un cuadro. Lenin tiene su clásica frente prominente, se encuentra con la mirada perdida en el horizonte y quizás por el pasar de los años o por la calidad de la foto pero pareciera que el rostro de Lenin se está esfumando.

La foto fue tomada de noche pues en el margen derecho de la imagen vemos una ventana que da a un cielo negro. Las cortinas que tapan la penumbra son blancas con un diseño floreado y las paredes que terminan por completar la escena tiene un empapelado con lo que parecieran ser palmeras.

Para completar el relato, al costado de cada uno de los sujetos hay dos sillas con respaldos de madera.

La inscripción de detrás de la foto dice: 

“Al camarada Luis Segura,

Gracias por el intento de un mundo mejor. Jorge 12/12/92”


La mente juega; hace y deshace.

La mente, o al menos mi mente, cataloga y archiva los recuerdos de forma sistemática. Mi vida se podría ordenar de forma cronológica tanto hacia atrás como hacia adelante realizando una simple sucesión de recuerdos. 

Cuando pienso en el porvenir, veo un calendario ordenado semana a semana con las actividades o sucesos que mi cabeza considera lo suficientemente relevantes como para encontrarse allí. Dentro de cada día, una grilla con la longitud de las actividades: si debo cursar, cuanto tiempo cursaré, si debo ir a ver a mis amigos, a que hora volveré. No significa que sea un robot, esta catalogación es completamente inconsciente y no tengo control alguno sobre ella.

Sin embargo, mi cabeza y espero que la de todos,tiene una catalogación secundaria. En ella, los recuerdos no se ordenan sólo cronológica o sistemáticamente sino que también se los valora. Recuerdos feos que son fáciles de olvidar, recuerdos feos que son difíciles de olvidar, recuerdos que antes eran feos pero que, con el paso del tiempo, no lo son tanto, recuerdos lindos, largos y efímeros. Recuerdos que añoro y recuerdos que rechazo, vivencias de las que la única enseñanza que se puede obtener es: no es por ahí.

Ahora, me gustaría hacer un raconto de tres recuerdos ordenados y valorados de formas distintas.

El primer recuerdo que tengo es bastante ambiguo. Es un recuerdo que volvió a mí hace aproximadamente cinco años. Ustedes se preguntarán ¿cómo es posible que su primer recuerdo sea de hace cinco años atrás? Primero que nada, lean bien, es un recuerdo que volvió a mí, estaba olvidado. Segundo, y paso a la explicación del recuerdo, me quedé bastante shockeado cuando recordé este suceso.

En la mente de un niño es muy difícil concebir que sus padres, fruto de compañía, afecto y seguridad, se separen. El niño no entiende del todo lo que es un matrimonio, solo sabe que tiene mamá y papá una cantidad de horas al día (en casos ideales). Es por esto que es casi imposible que un niño llegue siquiera a comprender lo que es una separación.

La cuestión es la siguiente: mis padres se separaron a mis tres años de edad, todo lo anterior en este momento es borroso porque era muy pequeño, pero mi tercer año de vida no se quedó atrás. Recordaba ir mucho a dormir a la casa de mis abuelos, que no me gustaba, que quería reunirme con mi mamá, y que siempre era mi papá el que me llevaba desde la casa de mis abuelos a mi casa, que mi papá siempre estaba en la casa de mis abuelos, que mis abuelos maternos me cuidaban cuando ni mi papá ni mi mamá estaban en casa y que iba con mi peluche Juancho de acá para allá.

Pasados nueve meses mis padres decidieron volver a juntarse pero no recuerdo bien cómo ni cuándo fue. Se ve que esta experiencia fue o muy traumática o muy confusa o ambas para mi mente de tres años y decidí borrar esos meses de mi vida. Años más tarde, en una charla que me dejaría atónito, me enteraría que mis padres habían estado separados y yo no lo sabía.


El segundo recuerdo que vengo a contarles es uno tonto pero es una anécdota bastante garaciosao. Yo tenía doce años, mi abuelo setenta y cuatro, y el tipo estaba convencido que podía ganarme en una carrera de una cuadra de distancia.

Yo, por no echarme atrás, acepté el reto y para aumentar el premio, decidimos poner el equivalente a 100 pesos de hoy que mañana serán 200. Nos encontrábamos en Mar del Tuyú, un pueblito de la costa donde mis abuelos viven, la calle es de tierra y arena con algunas piedras que sobresalen en distintos lugares; un terreno entretenido.

Los vecinos, todos de la edad de mi abuelo, estaban tomando sol en la vereda, charlando, haciendo asado o viendo a los chicos jugar en la calle cuando mis primos, mi abuelo y yo aparecimos en la escena. Nos saludaron y nos preguntaron qué onda. Mi abuelo respondió muy confiado que iba a ganarme en una carrera. 

Solo por el dato y para que dimensionen lo ridícula que era la escena, mi abuelo estaba con una remera más gastada que trapo viejo con la inscripción “Don Ramón, Soy leyenda” y un collage hecho por un nene de la cara de Don Ramón sobre el cuerpo de Will Smith. Mi abuelo encima, es un tipo gordo pero con las patas muy finitas. Yo medía un metro con veinte centímetros, tenía una musculosa naranja fosforescente que me quedaba chica y tenía más cachetes que una ardilla con nueces en la boca. Ninguno de los dos tenía zapatillas, el calzado predilecto en verano son y serán las ojotas.

Los vecinos se agruparon a nuestro alrededor, uno se encargó de dar la largada y fium.

Salimos. En los cinco segundos que duró la carrera, los primeros tres me sorprendió la velocidad con la arrancó mi abuelo. Los otros dos segundos de la carrera mi abuelo acabó rodando en el piso mientras toda la cuadra se reía y otros, más atentos, se reían mientras lo ayudaban a levantarse. Entre las piedras del suelo, el calzado, la panza de mi abuelo que lo tira hacia adelante y sus patas de tero se creó la combinación perfecta para que pierda el equilibrio y termine en el piso. Ya finalizada la carrera, con mi premio en mano, mis primos más pequeños se pasaron toda la tarde pidiendo sus propias carreras contra mi abuelo que en ese momento decidió retirarse de las carreras. 


Por último, quería compartirles un recuerdo oscuro. Al día de la fecha 15/9/2923 sigo sin saber a qué se debió este suceso. 

Yo me encontraba tan tranquilo, haciendo tarea en el 2020 cuando de repente agarré una birome para tomar nota de la clase y se sentía rara. Acto seguido decidí apretarla para ver si cambiaba la sensación o, por qué se sentía rara. Nada. Acto seguido golpee la mesa, no dolió. Me estaba empezando a alarmar. Todo lo que tocaba, incluida la ropa que llevaba puesta, se sentía raro, como atenuado. Me pellizqué el brazo múltiples veces y tampoco sentí nada.

Fue una experiencia al principio muy extraña. Quizás puedan querer que les pase en algún momento pero verdaderamente fue horrible. Así pasaron cuatro días en los que por momentos sentía algo y por momentos nada. En esa desesperación de sentir aunque sea dolor decidí hacerme un tajo no muy grande en el dedo. Imaginense mi desesperación cuando vi que salía sangre y que no sentía absolutamente nada. Para que dimensionen la angustia y lo raro de la situación, era de noche, estaba solo y estaba comiendo arroz. No sentía cuánto arroz tenía en la boca. Me metía cucharada tras cucharada y me percaté de que tenía la boca llena de arroz solo cuando miré mi regazo lleno de los granos que caían de mi boca. Pasados cuatro días, lentamente fui recuperando el tacto hasta que al séptimo ya había vuelto por completo.

Para no quedarme con la duda de qué corno me había pasado, saqué turno con un neurólogo que me derivó a hacerme dos estudios: un electroencefalograma y una resonancia craneal. 

Pasado un mes de la consulta y ya con los estudios en mano, fui al consultorio a que el doctor vea los análisis. Escribí por mail y teléfono, llamé al número de línea y al celular que figuraba en la página web. Nunca pude contactar con él de nuevo. 

Un año más tarde, por casualidad pasé por la puerta del consultorio, pregunté al portero y me dijo que el consultorio había cerrado hacía un año. Así como perdí el tacto de manera súbita y repentina, el consultorio se desvaneció de la misma forma.


"Gracias por el intento de un mundo mejor"

  En esta foto podemos ver a dos sujetos: el de la izquierda es visiblemente más viejo que el de la derecha, que a su vez se encuentra soste...