martes, 2 de mayo de 2023

Apocalipsis Now (sueño en policial)

 Habían pasado ya cinco años desde el colapso de la sociedad por ese virus que transforma a los infectados en grotescos monstruos. La ficción se había vuelto realidad cuando el 26 de abril de 2023 se hizo público el primer caso del Virus Cisne.

Sin embargo, esto ya no importa. La sociedad, o lo que quedó de ella, logró adaptarse amurallando secciones de las ciudades o pueblos para evitar que estos monstruos las atacaran. Si bien los caminos entre las fortalezas seguían teniendo Cisnes, no era imposible viajar entre ellas. 

De hecho, a eso es a lo que me dedico. Soy un sellador. Viajo de fortaleza en fortaleza buscando formas en las que entrar a las mismas para luego cobrar por el arreglo. Algunos podrían llamarme embaucador o embustero pero simplemente brindo un servicio necesario a cambio de hospedaje, dinero o una cena caliente.

Mi oficio me ha dotado de lo que podríamos llamar, una visión privilegiada. Digamos que es algo así como una intuición aguda. Al mirar las murallas no me toma mucho tiempo determinar dónde se encuentran sus puntos débiles. Me acerco a ellos a analizarlos y siempre encuentro fallas. Cuando no las encuentro, las creo. Si yo pude abrirme paso, un Cisne lo haría sin problemas. 

Me encontraba viajando en dirección a La Plata, una de las fortalezas más grandes de lo que quedó de la Argentina. Por su distribución en forma de diamante los sobrevivientes pudieron ir amurallando sector por sector sin demasiadas preocupaciones. Al ser tan grande, no solo pagarán bien por mis servicios sino que es más probable que haya fallas en sus defensas. 

A pocos metros del primer control, el cual se hallaba vacío, me encontré un perro negro que portaba una placa. “Rocco” decía. Rocco estaba herido y desorientado. Tenía una laceración ya casi coagulada en la pata y comenzó a aullar al verme. Movía la cola. Por un momento pensé en acabar con el animal para comer pero algo me detuvo. Me acerqué y examiné la sangre. Tenía vidrios, los cuales retiré. Atendí su herida con un vendaje improvisado y con una rama logré inmovilizar su pata. 

Exaltado por la ausencia de dolor, aún rengueando, Rocco partió en dirección a la fortaleza que se divisaba por el horizonte. Decidí seguirlo.

Rocco me guió alrededor de la muralla donde pude detectar 5 puntos con fisuras lo suficientemente grandes como para que un Cisne enano se colara por ellas pero no para mí. La sexta fue la vencida. Era un agujero de dos metros de diámetro por el que cabría hasta el Cisne más grande. Me había ganado la lotería. 

Al colarme por allí y luego de caminar unos cientos de metros, llegué al patio de una casa. Rocco ladró y por instinto me alejé de él para no atraer visitas inesperadas. Pasados unos minutos y viendo que no había respuesta a los constantes ladridos del can, me adentré en el jardín para culminar en el porche de la casa. Al mirar por una ventana me permití relajarme. La misma parecía deshabitada. 

Revisé habitación por habitación sin encontrar nada, ya había sido saqueada hace mucho. Lo único que logró llamarme la atención fueron unos vidrios en el suelo , provenientes del espejo roto que había en la pared. Lo que llamaba la atención no era que estuviera roto el espejo, después de todo estamos en el apocalipsis, sino que algunos cristales tenían manchas rojas. Sangre.

El problema llegó  al bajar al sótano. Rocco seguía ladrando. A sabiendas de que los Cisnes detestan el ruido, allí abajo sólo podía haber o un humano o un cadáver. Mi intuición me decía que era la segunda. Mi intuición y el olor hediondo que emanaba desde allí. 

Dejé que el perro bajara primero; por más que confíe en mi intuición no soy idiota. Los ladridos se transformaron en gemidos agudos y repetitivos. Lloraba. Bajé para ver qué sucedía y lo encontré agazapado al lado del cadáver de un señor mayor. No había muerto hace mucho pero la sangre ya estaba seca. Alguien lo había movido pues su posición no era natural para alguien que recibe una puñalada en el pecho. Fue un tajo limpio, realizado por un cuchillo afilado. Después de ver lo que he visto podrían darse cuenta al instante.

En su bolsillo tenía un reloj antiguo que ya no funcionaba con la foto de una mujer en su interior.

Me fui de la casa con el espejo, Rocco decidió quedarse. Al acercarme al centro del pueblo pregunté, de la forma más disimulada posible y siempre y cuando no hubiera peligro en hacerlo, a los vecinos si conocían al viejo de la casa. Todos me dijeron que no. Que no había casa o que nadie vivía allí.

Exhausto, me dirigí al bar más cercano. Lo que sí me habían dicho era que las mejores empanadas cortadas a cuchillo las hacía el chef de ese lugar. Era pequeño pero el ambiente era amigable. Me pedí un trago hecho a base de miel y un par de esas empanadas. Eran verdaderamente muy buenas.

Sin embargo, todo era una fachada. Mi hambre era lo único que verdaderamente estaba mostrándole al público del bar. En el fondo estaba realizando un exhaustivo paneo del lugar para buscar alguna pista o indicio. Y lo había encontrado.

El chico que limpiaba los vasos tenía la mano vendada. Le pregunté qué le había sucedido y dudó sobre la respuesta a mi pregunta. Me dijo que un vaso se rompió mientras lo limpiaba y que eso fue lo que lo lastimó. 

Para ver si mi corazonada era correcta decidí preguntarle si conocía a algún relojero pues mi reloj, el reloj del viejo, se había roto. El aire se espesó, la atmósfera alegre y acogedora del bar se había transformado en una más lúgubre. Una gota de sudor recorrió la frente del chico. Cuando cayó sobre la mesa, se echó a correr hacia la cocina. Yo salté la barra y fui tras él.

La puerta de atrás estaba cerrada y el chico, acorralado como se encontraba, tomó el cuchillo del cocinero. La herramienta que había cortado la carne de mis empanadas se transformaba de nuevo en arma homicida. 

  • ¡Cuidado! No se me acerque.

Me quedé inmovil esperando el momento exacto en que metiera la pata y cuando lo hizo, logré esquivar su puñalada, quitándole el cuchillo y poniéndome detrás de él. Ahora era mi rehén. 

Al día siguiente el chico, sobrino del anciano muerto, fue condenado a elegir entre el exilio o a trabajar por el resto de su vida en la reparación de la gigantesca muralla. No me importa ni el motivo ni lo que haya decidido. 

Las autoridades me pagaron correctamente por mis servicios y pasé a examinar desde fuera el siguiente sector de la muralla. Ya no estaba solo, tenía a Rocco para hacerme compañía.


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